ensayo sobre el edif. "Isabel" del Arq. Christian Dávila
Finalizando la primera década del siglo XXI que resultó en gran parte como un tremendo sin sabor en la producción arquitectónica paceña, un desperdicio de oportunidades (y desperdicio de excelentes lotes de terreno) y al final de un periodo de auge económico y comercial, surge el modesto “edificio Isabel” en Achumani, que de muchas maneras cambia definitivamente las reglas del juego.
Este sector de la ciudad en los últimos años ha sido poblado con nuevas edificaciones multifamiliares medianas (terrenos entre 300 – 650 m2 con una huella de 50% en promedio y alturas permitida entre 5 y 7 pisos), construcciones fuertemente ligadas a la especulación inmobiliaria.
Desafortunadamente, construcciones desarrolladas por el “buen gusto” de ingenieros/constructores que producen plantas en muchos casos mal resueltas, que se basan en la reproducción mecánica de estéticas que obedecen a tendencias de mercado (de productos e imágenes), “minimalismos” mal interpretados y/o postmodernismos y revivales híbridos, que constituyen la diversidad del sector de la ciudad, más no contribuyen a la disciplina.
Es en este primer contexto donde comienzan a destacar singulares características de la presente obra, que enmarcada entre rígidos parámetros de edificación propios de la zona, y mediante operaciones geométricas simples que obedecen a estrategias utilizadas por el autor para resolver los requerimientos programáticos específicos de sus clientes, es que se genera una gran riqueza volumétrica, con una serie de operaciones plásticas entre sustracciones y voladizos que desde la etapa de estructura ya demostraban el surgimiento de una singularidad tipológica con grandes cualidades esculturales.
Pero el contexto más importante en La Paz es el dramático entorno natural, el cual desde tiempos y sabiduría ancestrales siempre ha tenido un carácter de Deidad y ha sido venerado como una entidad viva, para muchos por temas culturales nativos y para otros simplemente por su belleza incomparable. Es en ese ámbito que la obra realmente cobra un carácter de pertenencia real y que marca la diferencia en términos de producción arquitectónica en La Paz; es en el edificio “Isabel” que se genera la única relación de identidad relevante en el nuevo siglo desde las obras de Gustavo Medeiros en los años 70, Jorge Ríos y Javier Bedoya en los 80 y 90 del siglo pasado.
Esa relación de identidad con el territorio desde la contemporaneidad, sin nostalgias demagógicas, ni con la facilidad de recurrir a iconografías y formas con significados interpretados a la fuerza; por el contrario, manejando la universalidad del modernismo de Mies, que invita a resaltar la singular posición geográfica en el mundo, desde la sensibilidad de las relaciones con los elementos naturales que rodean el sitio, como la importancia de la búsqueda del sol, que esculpe los volúmenes con dureza por esa luz tan vertical en esta latitud del hemisferio sur y cuya orientación es vital para calentar con eficiencia los espacios interiores a 3,600 metros en los Andes.
La propuesta de una estética desde la paleta de materialidad natural, fuertemente dictada por la proximidad del farallón principal del cerro Achuma y los colores telúricos de tonos arcillosos y vegetales al norte y volcánicos hacia el sur, acompañados por las retamas y especies de vegetación nativas que se reflejan en los paneles de cristal, los paneles de madera y los elementos tectónicos de hormigón.
Aquí radica la importancia de esta obra, que encuentra al autor en una etapa de su producción profesional lograda, con un cuerpo de trabajo de amplio rango, de mucho años de oficio en el dominio de los materiales y los procesos constructivos, experiencia que le permite con simples gestos, intenciones claras y descartando formalismos vacíos (en contraposición con la tendencia regional) lograr una obra integra, de mucho aporte disciplinar, que no solo lógicamente resuelve los requerimientos de sus clientes y les brinda una calidad de vida elevada, sino que como buen Arquitecto latinoamericano: genera un dialogo casi poético con la ciudad, manejando los recursos disponibles de manera racional con una tecnología sostenible en el tiempo, y logra la conexión vital del edificio con las fuerzas de la naturaleza.